
Uno lleva su biografía a cuestas, y la sufre o la disfruta reservadamente, y elige sus metas y sus escenarios, y se mueve por la geografía y por la historia siguiendo el rumbo de sus principios, de sus decisiones o de sus fracasos, quizá tratando de dejar alguna huella en el paisaje cambiante de la humanidad, quizá arrepentido de las que ya ha dejado, quizá dolido por las que podría haber dejado. El otro despliega todos los recovecos de su vida con una paciencia de siglos, siempre al borde del bosque que trepa silencioso por la ladera del Loizate. El dibujo intrincado de sus ramas contiene todas las circunstancias de su pasado, también las primaveras que lo vistieron de hojas breves y brillantes cuando aún no habían nacido los abuelos de los abuelos del montañero que hoy busca su compañía.