
El crucero de la fotografía se levanta a la entrada de Goñi y recuerda al penitente más austero y conocido del medievo foral. Es curioso: no hay ningún dato histórico sobre Teodosio de Goñi por mucho que Navarro Villoslada le diera un protagonismo destacado en los orígenes del Reino de Navarra, pero las referencias a su leyenda permiten hilvanar un documentado itinerario entre la localidad que le proporcionó el apellido y el santuario de San Miguel de Aralar, uno de los iconos del montañismo navarro. Hay decenas de versiones sobre lo ocurrido, pero todas igualmente inciertas. Se asume que los
hechos tuvieron lugar en el siglo VIII, durante el reinado de Witiza. Los musulmanes avanzaban hacia el interior de la península y Teodosio marchó a la guerra dejando en Goñi a su joven esposa, Constanza de Butrón. Combatió con energía y destreza a los infieles y regresó a su tierra con ocasión de alguna tregua. Cerca ya del pueblo, en un paraje conocido como Errotabidea, un misterioso ermitaño encendió las dudas del guerrero a propósito de la fidelidad de Constanza. Teodosio apretó el paso y llegó a Goñi poco después del amanecer. Entró lleno de resolución y de celos a Larrañarenetxea, la casa familiar de su esposa, y distinguió en la penumbra de la alcoba los cuerpos de dos personas que dormían pacíficamente. Cegado por la ira, desenvainó su espada y los atravesó. Salió confuso y enfurecido a la calle y vio a Constanza, que volvía de la iglesia. “¿Quiénes eran entonces los que estaban en el dormitorio?”, le preguntó aturdido. “Eran tus padres —le explicó ella—. Como estaba muy sola, les propuse que se instalaran en nuestra casa”. Teodosio confesó su crimen al párroco de Goñi, Juan de Vergara, pero éste le remitió al obispo de Pamplona, que a su vez lo envió al Papa. El joven marchó decidido a Roma, donde el Sumo Pontífice le impuso como penitencia llevar una gruesa cadena ceñida a la cintura. Teodosio añadió a esa disposición la de vivir solo, entregado sin testigos a la reparación de su pecado. Malvivió durante siete años por las sierras de Andía y Aralar, hasta que un día sufrió el ataque de un dragón que escupía fuego por la boca. “San Miguel me valga”, exclamó el penitente ante aquella aparición súbita y terrible. Irrumpió entonces en la escena el mismísimo arcángel, que mató al dragón y soltó las cadenas de Teodosio. Éste, agradecido, levantó en aquel lugar una pequeña ermita, origen del actual santuario de Aralar. Así lo recuerda la inscripción que tiene grabada el crucero de la imagen: “El pueblo de Goñi, a don Teodosio, fundador de San Miguel in Excelsis”.