
Un descanso en el camino del Lakora. Al fondo, la silueta inconfundible del Petrechema.
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"Ser escalador significaba formar parte de una sociedad rabiosamente idealista e independiente, que pasaba inadvertida y era del todo ajena a la corrupción del mundo en general", dice Jon Krakauer al comienzo de su trepidante relato sobre la tragedia del Everest de 1996. Parece una reflexión sincera, pero quizá sea también una excusa y un deseo.
(En la imagen, A desciende del Espelunca enfrentado a la mole de la Ralla de Alano. Al fondo a la derecha, el Peñaforca)