
Lo único que hace verosímil a la langosta es su tamaño. Si midiera un metro, sus extremidades imposibles, su coraza brillante y sus saltos superlativos no encontrarían sitio ni en un cómic de inspiración jurásica. Pero es pequeña y discreta, y su morfología extraordinaria no intimida a casi nadie. Aún así, es mejor no perderle el respeto: quizá este ejemplar que hacía tiempo junto al viejo camino de Lapazarra estaba esperando en realidad la llamada de la especie para sumarse a una nube de individuos enfurecidos y bajar al valle a doblar la cerviz de algún faraón contemporáneo.