
La última novela de Muriel Barbery se titula
La elegancia del erizo. La acción transcurre en un edificio de París que alberga pisos de 400 metros cuadrados y vecinos que malgastan "en actividades estúpidas toda la energía disponible". Es un escenario superficial y previsible donde sólo hay dos personas que se salvan de la quema: Renée Michel, la portera, que esconde una insospechada cultura bajo el disfraz de viuda anodina y "palurda"; y Paloma Josse, una niña superdotada que a los doce años ya se ha hecho cargo de casi todo lo que va a encontrar a su alrededor. "Aparentemente —escribe en su cuaderno de 'Ideas profundas'—, de vez en cuando los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no querían ir”. En la página 138, Paloma va con sus padres y su hermana Colombe a visitar a la abuela Josse, que vive en una residencia de ancianos. A la vista de todos aquellos viejos que pasan sus últimas horas “en el tedio y la amargura, rumiando los mismos recuerdos una y otra vez”, la niña añade a su cuaderno otra "idea profunda": "Hay que vivir con la certeza de que envejeceremos y que no será algo bonito, ni bueno, ni alegre. Y decirse que lo importante es el ahora: construir, ahora, algo, a toda costa, con todas nuestras fuerzas. Tener siempre en mente la residencia de ancianos para superarse cada día, para hacer que cada día sea imperecedero. Escalar paso a paso cada uno su propio Everest y hacerlo de manera que cada paso sea una pizca de eternidad".
(La foto se la he robado a G, aunque puedo aducir en mi descargo que nos la hizo por la espalda y sin avisar mientras recorríamos paso a paso la sierra de Satrústegui)