domingo, 2 de marzo de 2008

Dos hayas en Leurza

"Ayer por la tarde, me enamoré de un árbol. Sus días transcurren al borde de una carretera secundaria, a unos diez kilómetros de aquí. Su follaje domina una parte de la carretera. Al atravesar la sombra que da, levanté la cabeza, miré sus ramas como al entrar en una iglesia los ojos se dirigen instintivamente hacia la bóveda. Su sombra era más cálida que la de las iglesias. Una de las experiencias más refinadas de la vida es la de caminar con alguien por la naturaleza, hablando de todo y de nada. La conversación mantiene a los paseantes junto a ellos mismos, y a veces algo del paisaje impone silencio, lo impone sin forzar. La aparición de este árbol hizo surgir en mí un silencio de total belleza. Durante unos instantes no tenía nada más que pensar, que decir, que escribir e incluso, por qué no, nada más que vivir. Me había elevado unos metros sobre el suelo, llevado como un niño en unos brazos verde oscuro, iluminados por las pecas del sol. Eso duró unos segundos y esos segundos fueron largos, tan largos que todavía duran un día después. No volveré a ver ese árbol -o por lo menos en mucho tiempo. Lo que ocurrió ayer me colmó. Me parecería vano pretender la repetición. Vano e inútil: en un puñado de segundos, ese árbol me dio la alegría suficiente para los próximos veinte años -por lo menos".

(Christian Bobin, Autorretrato con radiador)