Hoy he hecho una cumbre a mi pesar. Una cumbre de dolor, de tristeza, de impotencia. Hace unos días, en algún rincón clandestino y siniestro, unas personas decidieron que Isaías no tenía derecho a vivir. Es muy probable que ni siquiera pensaran en él: en su 43 años, en la decisión generosa que le llevó a una candidatura municipal, en los miedos e inquietudes que sin duda compartiría con su mujer, en las sonrisas que habría dispensado desde el peaje de la autopista donde transcurrían sus jornadas laborales, en la relativa libertad que recuperó al prescindir de la escolta, en las bromas que gastaría a su hijo Adei al llegar a casa. Nada de eso impidió que varios sujetos asomados a un delirante tablero de ajedrez ordenaran su asesinato, ni que poco después, en Mondragón, un verdugo necesariamente indocumentado lo acribillase a tiros a través del parabrisas de su coche. Bajaba yo de esa cumbre impuesta y oscura pensando que en el valle se habría disipado la niebla, que el asesinato de Isaías habría servido al menos para devolver al paisaje, a nuestro paisaje, la cordura y la serenidad perdidas hace varios años: tenía la esperanza quizá ingenua de que el crimen nos ayudaría a recordar por dónde discurre la única frontera que realmente importa. Pero ha resultado que no, que los encapuchados que diseñaron el último golpe de hacha han logrado empujarnos una vez más a su mundo de estrategias, de cálculos, de infamia, de fronteras oportunistas y electorales. Perdónanos, Isaías.
(El hacha de la imagen envejece en la cumbre del Treku)
domingo, 9 de marzo de 2008
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4 comentarios:
No, no te has equivocado. Y si pides perdón a Isaías yo lo pido contigo, de rodillas y con los labios apretados.
Pero no son varios los años sino décadas. Vi a mi primera víctima de los inmisericordes en las faldas del Artxanda. Era un hostelero, finales de los 70. Acababa de estar con su desconsolada familia en su bar de Portugalete cuando "sólo" era un secuestrado. Les dije lo que mi juventud me mentía: que tranquilos, que todo iba a salir bien. A las pocas horas subí al monte con la Guardia Civil y el juez para verle a él, esposado con las manos en la espalda y un gorro (de lana, de los de esquiar entonces) que le tapaba los ojos y dos tiros en la nuca.
Nunca se me ha borrado el sonido del crrrisss que hizo el juez para separar el gorro de su sangre seca.
Cosas de cumbres abismales, JMC.
FELICIDADES, Javier.
Gran texto, JMC, gran texto.
Como poco más se puede aportar a tu acertado comentario, me gustaría compartir este vídeo. Un abrazo.
http://es.youtube.com/watch?v=DHRYIfRV6ww
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