domingo, 1 de junio de 2008

Curiosidad, sueños, cumbres

“Aquella noche en el K2, entre el 30 y el 31 de julio de 1954, yo debía morir”, ha asegurado en alguna ocasión Walter Bonatti. Hoy tiene 78 años y una biografía de leyenda, pero entonces era un alpinista de apenas 23 que compensaba su inexperiencia con entusiasmo y sentido común. “Aquella noche”, Achille Compagnoni y Lino Lacedelli preparaban el asalto final a la cumbre aún sin conquistar de la segunda montaña más alta de la Tierra. Los dos montañeros eran la punta de lanza de la ambiciosa expedición que Italia había puesto en marcha para hacerse un hueco en el podium de los ochomiles: Maurice Herzog y Louis Lachenal habían llegado al Annapurna el 3 de junio de 1950, Edmund Hillary y Tenzing Norgay habían alcanzado el Everest el 29 de mayo de 1953 y Hermann Buhl había conquistado el Nanga Parbat el 3 de julio del mismo año. Los italianos pretendían compensar su retraso con los 8.611 metros del K2, un reto más complicado y exigente que los anteriores. "Aquella noche", Compagnoni y Lacedelli, apretados en una minúscula tienda de campaña, soñaban con su bandera agitándose en las alturas casi imposibles del Himalaya. Walter Bonatti era apenas el encargado de llevarles las bombonas de oxígeno que precisaban para el último ataque. "Aquella noche", acompañado por un sherpa pakistaní, Bonatti ascendió trabajosamente hasta el lugar donde Compagnoni y Lacedelli aguardaban el momento de ponerse en marcha. Pero no los encontró: Compagnoni y Lacedelli habían colocado la tienda en un lugar distinto al convenido, y Bonatti y el sherpa, después de buscarlos infructuosamente, tuvieron que pasar la noche a la intemperie, a 8.000 metros de altitud. “Acababa de nacer una leyenda y una de las grandes polémicas de la historia del alpinismo”, tiene escrito Miguel del Fresno. La leyenda se alimentó del poderío físico y de la capacidad de supervivencia del joven montañero, y la polémica empezó a crecer cuando Compagnoni y Lacedelli acusaron a Bonatti de privarles deliberadamente del oxígeno para que no llegasen a la cumbre. Con el tiempo se demostró que fueron ellos quienes “cambiaron homicidamente la tienda del lugar previsto, para que Bonatti, más joven y en buena forma, no les hiciera sombra a la hora del último asalto”. Después de aquello, Walter Bonatti se enfrentó a la vez a las rutas más audaces de la historia del alpinismo y a las maledicencias de sus antiguos compañeros. “El K2 sólo fue un accidente en la historia”, suele decir. Hoy todavía se emociona al admitir que sus aventuras en la montaña le han permitido disfrutar en primera persona del mundo que palpita en las novelas de Jack London o Herman Melville que enriquecieron su juventud. “He podido respirar el aire de los paisajes que describían aquellos libros”, reconoció hace pocos días en Madrid. Fue también en la capital española donde explicó el origen de su fascinación por las cumbres: “Fui a la montaña no para subirla, sino para descubrir lo desconocido, para medirme con ella y medirme a mí mismo. La curiosidad hace soñar y los sueños nos movilizan, aumentan la sensibilidad y crece el deseo de medirse frente a las cosas de la montaña y de la vida cotidiana. La naturaleza es una escuela de educación extraordinaria si se está en la disposición adecuada y se es humilde”. Creo que E, sentado en la foto en la mismísima cumbre del Iparla, estará de acuerdo en casi todo.

1 comentario:

vacio dijo...

Gracias por la referencia a lo que escribí, un abrazo.

Miguel