sábado, 4 de febrero de 2012

Dos montañeros

Han sido dos sabios, dos maestros, dos periodistas y dos montañeros. Y sobre todo, dos amigos. La misma enfermedad se los ha llevado en Pamplona con apenas tres meses de diferencia. Fernando Pérez Ollo falleció el 18 de octubre de 2011, a los 73 años. “¡Qué duro es que se te muera un amigo!”, confesó aquel día Alfonso Nieto, ya limitado por el cáncer y los tratamientos. Desde el jueves pasado, vuelven a estar juntos.

Maestro de varias generaciones de periodistas, a Alfonso Nieto es difícil recordarle sin el “Don” que añadieron a su nombre los años de rector de la Universidad de Navarra. No era un catedrático al uso: dirigió 23 tesis doctorales, sí, y emprendió proyectos audaces y magnánimos, guiado a veces por intuiciones perspicaces que luego resultaron premonitorias, pero mostraba el mismo entusiasmo al referir las peripecias empresariales de Katherine Graham que al describir las circunstancias que alumbraron el Álbum Blanco de los Beatles. Todo le parecía interesante: los entresijos de una fusión empresarial, los capitales románicos de cualquier iglesia de la Valdorba, un carrillón desportillado, un viejo camino para llegar al Ireber o el último disco de Arcade Fire. Sin embargo, esa inquietud enciclopédica era más bien la superficie: quienes le han conocido quizá recuerden estos días su erudición, sus desvelos intelectuales o su serenidad a prueba de bombas –en sentido estricto–, pero lo que todos le han agradecido por encima de cualquiera de esas cualidades ha sido su cariño, su entrega a los demás, sus detalles, su sonrisa indesmayable.

Fernando Pérez Ollo era uno de sus grandes amigos. También él fue profesor en la Universidad de Navarra, y también dispuso de una inteligencia privilegiada que cultivó con esmero. Como Don Alfonso, era capaz de hablar de tú a tú con un académico de la Lengua, con un pastor curtido por todos los vientos de la Bardena o con el último becario llegado a la redacción de Diario de Navarra, donde trabajó desde el 28 de diciembre de 1963 hasta poco antes de su muerte.

La crítica musical fue quizá su especialidad más constante, aunque escribió crónicas de todos los calibres, entrevistas memorables, reportajes de calado etnográfico y cientos de editoriales. Era capaz de encontrar seis adjetivos para describir el lamento melancólico de un violín y de desvelar, en la página de al lado, el nombre y apellidos de la mujer que inspiró al autor del Monumento a los Fueros.

Don Alfonso y Fernando compartían una curiosidad insaciable que les llevaba a intercambiar libros, fichas y referencias de todo tipo. Se escribían o se llamaban para hacerse partícipes de sus pequeños o grandes hallazgos, siempre con un entusiasmo que los años o la distancia nunca lograron empañar. Disfrutaban con una anotación descubierta en el Archivo Diocesano, con una versión inesperada del Stabat Mater o con un párrafo lapidario de Le Monde. Y también con una comida en Napardi o con una excursión al Burdindogui. Lo más preciso sería decir que disfrutaban con su amistad.

Eran dos montañeros ejemplares. “Para mí, ir al campo es ir al terreno donde se ha desarrollado una historia”, solía comentar Fernando. Su afirmación tenía el aval de las miles de horas que había invertido en todos los archivos posibles y el poso de las conversaciones que había encadenado por la geografía foral con pastores, camineros, curas o jubilados. En Muguetajarra, un remoto despoblado que se esconde en la ladera oriental de Peña Izaga, cualquiera puede admirar todavía las ruinas de tres o cuatro casas y una pequeña iglesia invadida por la maleza. Fernando Pérez Ollo sabía además que el templo estaba dedicado a San Pedro Mártir, que allí estuvo de párroco un hermano de Espoz y Mina o que en el pueblo nació un novillero –Miguel Olza, Vaquerín– que aparece en el Cossío y que murió en 1931 a consecuencia de la cornada que le propinó un astado en Calasparra (Murcia).

-¿Algún paisaje al que le tenga especial afecto? –le preguntaron una vez.

-Me encanta un viejo camino real que va de Ardaiz a Espoz. Cae a trasmano de todo, pero es un lugar precioso. Otro camino muy bonito era el que iba de Azpirotz a Gorriti. Hoy ha quedado muy afectado por la autovía.

Él y Don Alfonso compartieron cientos de excursiones por Navarra, y conocían todos los valles y casi todas las cumbres, pero también las regatas, las bordas, las veredas y las pistas. Sabían donde encontrar perretxikos bien entrado junio, eran capaces de identificar un cantadero de urogallos, habían admirado juntos la convivencia forestal de hayas y abetos, y podían estar saliendo decenas de domingos sin repetir un solo recorrido.

Don Alfonso, rector de la Universidad de Navarra en una etapa muy complicada –de 1979 a 1991–, se escapaba con frecuencia para airear sus preocupaciones a la sombra de unos robles o junto a un arroyo cantarín. “Solía decir que las soluciones a muchos problemas las resolvía pensando bajo las hayas y al calor del otoño”, ha escrito de él José Javier Uranga, Ollarra, otro de sus grandes amigos.

Eran capaces de llegar al Ezpondarri por tres vías diferentes y disfrutaban con las vistas imponentes que ofrece la Peña Oroel o con el camino sembrado de bojes que sube a Larrogain. “Ahora hay mucha gente que sale, pero siempre a los mismos sitios –se quejaba en alguna ocasión Fernando–. Hay pocos que sepan dónde está Usumbeltz, o cuántas Artetas hay en Navarra, o cuántos Gorraiz, y dónde se encuentran”.

Ellos nunca dejaron de salir, de buscar, de disfrutar. Sus excursiones era alegres y en ocasiones intrépidas, y siempre les fueron aproximando a la cumbre definitiva: la que ahora comparten felices y descansados. Es fácil imaginarlos juntos y risueños, confrontando sus recuerdos, poniéndose al día de las últimas novedades, degustando quizá un bocadillo de sardinas Miau mientras admiran el paisaje de la eternidad, donde ya no hay lunes que valga.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Lleva unos días, semanas, pasear por el centro de Pamplona y pensar que nunca más te cruzarás con FPO. Tu 'In memorian' nos lo devuelve durante unos segundos...

jefoce dijo...

Precioso obituario. Os acompaño en el sentimiento.

Paco Sancho dijo...

Extraordinario.

C.A.M. dijo...

Precioso Javier. Echaba de menos leer algo así y no has fallado. estos días me he acordado mucho de FPO. Garcias.

Lamia dijo...

Don Alfonso fue mi rector. Yo, desgracidamente, sólo conocí su cara académica y eso, además, desde la inexperiencia que conlleva la juventud. Agradezco unas palabras que, in memorian, han hecho que pudiera conocer a la persona. Un fuerte abrazo, J.