El ibón de Acherito. Enfrente, el Chipeta. Al fondo, el Peñaforca. Y envolviéndolo todo, el recuerdo de aquella travesía estival ya asociada para siempre al paisaje.
Montañas de una vida... recuerdo y añoranza, ahora, de las mías, las modestas cumbres de la Sierra de Mariola o la Aitana que apenas sobrepasan los mil metros... Añoranza ahora de ellas, tan simples dirían algunos, tan poco atractivas, pero para mí las más deseadas, las más llenas de recuerdos ahora que mis cumbres son lejanas, altas y siempre cubiertas de nieve...
Se habla siempre del ideal como de una meta a la que se tiende sin alcanzarla jamás. Para cada uno de nosotros, el Annapurna representa un ideal hecho realidad. Para nosotros, la montaña siempre ha sido un campo de acción natural, donde, en la frontera entre la vida y la muerte, encontrábamos esa libertad que andábamos buscando a tientas y que necesitábamos como el pan. Las montañas nos han obsequiado con su belleza, y nosotros las hemos amado con la ingenuidad propia de un niño, las hemos reverenciado con el respeto que un monje siente por lo divino. Ese Annapurna, al que nos habíamos dirigido con las manos vacías, es un tesoro del que habremos de vivir durante el resto de nuestros días. Conscientes de esto, volvemos una página de nuestra existencia: una nueva vida comienza. En la vida de los hombres hay otros Annapurnas.
(Maurice Herzog, inmóvil en una camilla, poco después de haber conquistado el primer ochomil)
2 comentarios:
Montañas de una vida... recuerdo y añoranza, ahora, de las mías, las modestas cumbres de la Sierra de Mariola o la Aitana que apenas sobrepasan los mil metros... Añoranza ahora de ellas, tan simples dirían algunos, tan poco atractivas, pero para mí las más deseadas, las más llenas de recuerdos ahora que mis cumbres son lejanas, altas y siempre cubiertas de nieve...
Mmmmmmmh... ¡hogar, dulce hogar!
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