Tantos siglos llenando los mapas de colores y líneas discontinuas para descubrir al final que la única frontera que merece la pena es la del horizonte, aunque a veces se confunda o se desdibuje un poco.
Se habla siempre del ideal como de una meta a la que se tiende sin alcanzarla jamás. Para cada uno de nosotros, el Annapurna representa un ideal hecho realidad. Para nosotros, la montaña siempre ha sido un campo de acción natural, donde, en la frontera entre la vida y la muerte, encontrábamos esa libertad que andábamos buscando a tientas y que necesitábamos como el pan. Las montañas nos han obsequiado con su belleza, y nosotros las hemos amado con la ingenuidad propia de un niño, las hemos reverenciado con el respeto que un monje siente por lo divino. Ese Annapurna, al que nos habíamos dirigido con las manos vacías, es un tesoro del que habremos de vivir durante el resto de nuestros días. Conscientes de esto, volvemos una página de nuestra existencia: una nueva vida comienza. En la vida de los hombres hay otros Annapurnas.
(Maurice Herzog, inmóvil en una camilla, poco después de haber conquistado el primer ochomil)
4 comentarios:
La has clavado. Perfecta definición.
y yo que cada día tengo menos claro si esa frontera merece la pena...
Pasaré por estas cumbres más a menudo.
¿No hay excursiones, no hay tiempo o no hay fotos? Echamos de menos tu presencia.
Es una foto preciosa, me he quedado un buen rato mirándola mientras escuchaba una canción...
Muy buenas imágenes, te felicito.
Saludos.
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