domingo, 30 de noviembre de 2008

Mapas para llegar a la vida



El arquitecto Charles Balanda no tenía ni idea de la naturaleza: “Sotos, oquedales, landas, praderas, pastizales, oteros, bosquecillos, linderos, enramadas… Conocía las palabras pero no habría sabido bien dónde situarlas en una relación topográfica… Nunca había construido nada lejos de las ciudades y no recordaba ningún libro que pudiera consultar”. Cuando encontró a Kate y a los niños en la granja acogedora y silvestre de Les Marzeray, descubrió a la vez la naturaleza y su propia vida. O quizá sería más preciso decir que descubrió la manera tan estúpida y tan convencional en que estaba desperdiciando su vida. Hay que leer El Consuelo, la última novela de Anna Gavalda, para hacerse cargo de la novedad y del alcance de su hallazgo. H y J conocen bien la naturaleza y la vida. Cuando aquel día de verano se detuvieron en la ladera del Lákora para consultar el mapa sólo buscaban nuevos caminos para llegar a la felicidad que ya habían disfrutado antes en tantas cimas.

Un horizonte prometedor



Es un horizonte gris, pero prometedor: anuncia la excursión que está a punto de empezar junto al Caballo Blanco, en las inmediaciones de la Catedral de Pamplona. Son las ventajas de concertar la cita en un rincón tan original.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Amanita muscaria



La Amanita muscaria es una seta vistosa, frecuente y alucinógena. El ejemplar de la imagen se protegía de los vientos cortantes de noviembre en un pinar de la sierra de Illón. En algunos libros se afirma que la fina cutícula que recubre su sombrero es un matamoscas excepcional si se mezcla con leche. El único que la ha probado delante de las cámaras es el oso de Jean Jacques Annaud: el resultado sigue siendo una escena memorable.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Un paisaje a la medida de un santo



Casi todos los datos referidos a la vida de San Francisco Javier tienen un carácter superlativo. Desde que en 1541 zarpó de Lisboa hasta que murió en 1552 en la remota isla de Sancián, el infatigable misionero navegó a lo largo de 46.500 millas marinas, que equivalen a 86.000 kilómetros. En el Sur de India bautizó personalmente a más de diez mil personas. Si los recorridos que llevó a cabo sobre el mapamundi del siglo XVI se sitúan sobre un plano actual, se descubre que estuvo en trece países: España, Francia, Italia, Portugal, Mozambique, Kenia, Yemen, India, Sri Lanka, Malasia, Indonesia, Japón y China. Escribió 190 cartas de las que se han conservado 108. Se hizo entender en idiomas exóticos e impenetrables como el tamil, el bahasa o el japonés. Conoció casi todos los medios de navegación de la época, desde las naos portuguesas hasta las korakoras que empleaban los habitantes de las Molucas o los juncos que pilotaban furtivamente los comerciantes y los piratas chinos. Trató a reyes y virreyes y compartió las frágiles chozas de los pescadores del cabo de Comorín. Fue recibido en palacios imperiales y se adentró en la selva inexplorada de Morotai, una isla habitada únicamente por tribus hostiles y caníbales, ya próxima a Nueva Zelanda. Ante semejante biografía, parece claro que la única cumbre que se le podía dedicar en Navarra era la más alta: la Mesa de los Tres Reyes. Allí siguen la imagen de bronce que sustituyó a la monumental estatua colocada en 1952 y una maqueta del castillo de Javier realizada en acero inoxidable. Pero quizá lo más ajustado al espíritu del admirable jesuita sea el paisaje: un horizonte sin medida para el ímpetu incontenible de un santo.

Más buzones



El Ezpondarri (arriba, a la izquierda) se asoma a la vez a los valles de Aézcoa, Salazar y Urraúl Alto. Su buzón recuerda a algunos hornos que se utilizan para asar castañas. El Mendaur (arriba, a la derecha) está coronado por una ermita dedicada a la Santísima Trinidad y por un caserío de forja que imita el estilo de los que se intuyen al fondo del valle, a orillas del Bidasoa. Lakartxela (abajo, a la izquierda) es uno de los primeros dosmiles pirenaicos. El buzón que decora la cima ofrece un perfil dudoso. Al fondo, en cambio, se recorta la pirámide inconfundible del Orhy. En el Baigura (abajo, a la derecha), un buzón puntiagudo compensa el relieve suave y redondeado de la cumbre.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Colores



S trata de sacarle los colores al Anayet en los últimos compases de la ascensión.

Un silencio incontaminado



Ukerdi es un lugar totalmente incontaminado, un ejemplo real de cómo sería un bosque que nunca hubiera sufrido la presión del género humano o del ganado. Se encuentra en el corazón de Larra, en el Pirineo, y es una de las tres reservas integrales que el Gobierno de Navarra declaró en 1987 y que son, teóricamente, los espacios mejor conservados de la Comunidad Foral. Las otras dos son el bosque de Aztaparreta, un hayedo abetal que rodea la proa majestuosa del Txamantxoia, y Lizardoya, un reducto de la selva del Irati que, según cuentan, se salvó de sucesivas explotaciones forestales gracias al empeño de Víctor Torres, un antiguo ingeniero de Montes de Diputación. Ukerdi, que suma 322,5 hectáreas de relieve intrincado y desigual, tiene un acceso difícil, algo que seguramente ha contribuido a su singularidad. El único camino que lo recorre es la vieja senda que conduce a la Mesa de los Tres Reyes a través del collado de Larrería. Hayas de todas las edades y tamaños envuelven al caminante. El suelo está sembrado de troncos viejos y retorcidos, y también de arbustos novedosos y variados que sirven de refugio a los últimos urogallos. Pero quizá lo más llamativo es el silencio: es un silencio antiguo, distinto, imponente y acogedor a un tiempo, un silencio intacto, el último silencio virgen.