viernes, 25 de abril de 2008

Everest en primera persona

La última novela de Muriel Barbery se titula La elegancia del erizo. La acción transcurre en un edificio de París que alberga pisos de 400 metros cuadrados y vecinos que malgastan "en actividades estúpidas toda la energía disponible". Es un escenario superficial y previsible donde sólo hay dos personas que se salvan de la quema: Renée Michel, la portera, que esconde una insospechada cultura bajo el disfraz de viuda anodina y "palurda"; y Paloma Josse, una niña superdotada que a los doce años ya se ha hecho cargo de casi todo lo que va a encontrar a su alrededor. "Aparentemente —escribe en su cuaderno de 'Ideas profundas'—, de vez en cuando los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no querían ir”. En la página 138, Paloma va con sus padres y su hermana Colombe a visitar a la abuela Josse, que vive en una residencia de ancianos. A la vista de todos aquellos viejos que pasan sus últimas horas “en el tedio y la amargura, rumiando los mismos recuerdos una y otra vez”, la niña añade a su cuaderno otra "idea profunda": "Hay que vivir con la certeza de que envejeceremos y que no será algo bonito, ni bueno, ni alegre. Y decirse que lo importante es el ahora: construir, ahora, algo, a toda costa, con todas nuestras fuerzas. Tener siempre en mente la residencia de ancianos para superarse cada día, para hacer que cada día sea imperecedero. Escalar paso a paso cada uno su propio Everest y hacerlo de manera que cada paso sea una pizca de eternidad".

(La foto se la he robado a G, aunque puedo aducir en mi descargo que nos la hizo por la espalda y sin avisar mientras recorríamos paso a paso la sierra de Satrústegui)

3 comentarios:

eresfea dijo...

¡Y mira que los pasos se complican (antes de llegar a cualquier asilo) por esa larga cresta con el boj...!
Ejemmm, ¿algún perrechico por el entorno? Es tiempo y lugar. No diré más.

Javier Marrodán dijo...

Eresfea, el domingo pasado me acordé de ti. Eran sólo cuatro y los descubrí de casualidad en un trozo de césped de la Ulzama: frescos, solitarios, inconfundibles. Me pareció tan increíble que me limité a admirarlos y los dejé allí.
Un abrazo.

Ander Izagirre dijo...

Construir algo ahora, con todas nuestras fuerzas.