sábado, 28 de febrero de 2009

Gracias



Qué distintas se ven las cosas cuando ya se ha alcanzado la cumbre: el paisaje se ensancha, el aire se vuelve ligero y transparente, se encogen las complicaciones del ascenso, los pueblos del valle adquieren un brillo cómplice, se desvanecen las nieblas y las sombras, los lazos de la cordada se agradecen más que nunca y el horizonte sugiere nuevos retos y posibilidades. La imagen que acompaña estas líneas ha sido tomada hace apenas seis horas junto a la cima de San Donato y está dedicada a S, Ch, Y y E, con quienes he compartido la ascensión más larga y compleja de los últimos meses. Les estaré siempre muy agradecido.

viernes, 27 de febrero de 2009

Los nombres de la nieve



Dicen que en Siberia la nieve tiene muchos nombres. Hay palabras específicas para la nieve reciente y para la que ya tiene varios días, para la nieve en polvo y para la nieve sucia, para la nieve profunda y para la que apenas ha cuajado. El pasado domingo, cuando se dirigía hacia el Paso de Tachera, G hubiera necesitado varios de esos términos para referirse a las distintas nieves que fue atravesando, primero con raquetas y luego con crampones. Pero ninguno de los sustantivos le habría servido para expresar otros matices y posibilidades de la nieve igualmente interesantes: el silencio, las huellas desdibujadas de un grupo de montañeros, las sombras azuladas de las últimas hayas, los reflejos cambiantes, la esperanza de la cumbre...

sábado, 21 de febrero de 2009

Últimos pasos



Algunas cumbres exigen a la vez esfuerzo, riesgo y equilibrio.

jueves, 19 de febrero de 2009

"Para que yo la vea"



Carlos Bota Rovira es uno de los personajes que van dando tumbos por las páginas de Isla África, la novela que el periodista Ramón Lobo escribió a partir de sus experiencias como corresponsal de guerra. El relato transcurre principalmente en un centro que los misioneros javerianos promovieron en Sierra Leona con el fin de recuperar a los niños soldado, pero es además un viaje por los prejuicios, los anhelos, las esperanzas y las frustraciones de sus protagonistas. Cabe suponer que el propio autor no andará muy lejos de las reflexiones y los diálogos que alimentan la historia. El tal Bota es un reportero encallecido e iconoclasta al que han diagnosticado un cáncer muy avanzado. Tiene un carácter desabrido y difícil, pero los cuadernos que escribe mientras espera la muerte esconden algunas frases memorables. Por ejemplo: “Camino por la fina arena de la playa y por los bosques de Lakka sintiendo su calor y su humedad y lloro ante tanta hermosura porque sé que está ahí para que yo la vea”. Muchos montañeros habrán sentido algo parecido al atravesar en silencio un hayedo otoñal, al descubrir el paisaje que se abre al otro lado de un collado o al descender de la cima cuando el ocaso alarga las sombras y los pensamientos.

(En la foto, I admira la panorámica que tenía preparada aquel domingo de otoño en la cima del Idoya)

domingo, 8 de febrero de 2009

Carpe diem



“Vivimos con tal aturdimiento que a veces ignoramos lo que tenemos ante nosotros en el momento mismo. ¿Qué hay en ese instante? ¿Cuándo empezó realmente? ¿Acabará en algún momento? No nos detenemos lo suficiente ante lo que tenemos delante y acabamos no conociendo el mundo, por la misma razón que las hormigas ignoran la historia natural”.

(Enrique Vila-Matas, Dietario voluble. En la fotografía, A trata de exprimir el "momento mismo" de la cima, en el Ganbo)

domingo, 1 de febrero de 2009

Gorramendi



La maltrecha construcción de ladrillo que se asoma al collado de Iztulegi y que sirve de ocasional refugio a los pottokas es lo único que queda en pie de la base militar de Gorramendi, un conjunto de radares, antenas y edificios que los norteamericanos levantaron en la cabecera del valle del Baztán hace medio siglo. Eran los años de la guerra fría y Occidente se protegía por tierra, mar y aire de un posible ataque soviético. Gracias al llamado Pacto de Madrid (1953), España había accedido a albergar varias bases militares estadounidenses a cambio de las ayudas del Plan Marshall. Algunas acogieron guarniciones numerosas y aviones de combate de última generación, caso de Zaragoza, Torrejón de Ardoz o Morón de la Frontera. Otras, como la de Gorramendi, fueron estaciones de “alerta y control”, según la denominación oficial. En inglés, el nombre que recibió el destacamento navarro fue el de 877 Squadron Warning Control W-6. Abreviadamente, W-6. Las obras comenzaron en 1954 con la construcción de una carretera de once kilómetros que partía del puerto de Otxondo y terminaba en Gorramakil, la cima contigua a Gorramendi. Las excavadoras y algunas voladuras prepararon el terreno —56 hectáreas expropiadas previamente— para los edificios que se pusieron en pie, de una arquitectura tan desacostumbrada como su contenido. Las imágenes de la época muestran varios bloques aseados y rectilíneos que podrían ser tanto una sofisticada estación de radar como un hospital o una facultad universitaria. Las fotografías son hoy el único medio para hacerse cargo de cómo era la base americana porque en 1974, cuando se retiraron los últimos técnicos y soldados, las instalaciones fueron dinamitadas.